Cuando comento en mi entorno que me tomo unos días libres para ir a un curso de modelización de hábitats o a unas jornadas sobre aves migratorias, me suelo encontrar con miradas de estupor por parte de mis amigas y compañeros que no entienden por qué malgasto mis escasas vacaciones en semejantes tubos (o frikadas en palabras de una de mis colegas más cercanas). No entienden que es un acto de puro egoísmo, un ratito para mí sola, un contrapunto a las reuniones, los proyectos y la maquinación constante en la que se ha convertido mi vida de emprendedora y participadora. Es un placer oculto recibir un masaje mental de gente sabia y apasionada que se prepara para mí (no necesito la exclusiva ni en esto ni en muchas otras cosas) alucinantes clases magistrales llenas de inteligencia y amor por las cosas vivas.

Hace unas semanas, con una resbalina mental parecida a la anterior me apunté a unas jornadas en memoria de mi adorada Lynn Margulis, sobre cooperación en la evolución. Y disfruté de lo lindo con algunas de las intervenciones, y me puse al día de cosas que se van quedando anticuadas (quizá por inútiles) en las circunvoluciones de esa parte del cerebro reptiliano que usábamos cuando éramos estudiantes. Me sorprendió, además de la escasa asistencia (menos mal que Juan Luis se llevó a sus alumnos, ¿porqué otros profesores dejaron pasar la oportunidad?), me sorprendió, decía, la incomprensión que en algunos ámbitos de la ciencia sigue sufriendo el mensaje de esta mujer excepcional. Los hechos, incontestables, sí son aceptados por la ortodoxia, pero las partes más relevantes de su teoría, lo verdaderamente revolucionario de sus propuestas es apenas tolerado con condescendencia, como un cuñado que se ha pasado de listo en una comida familiar.

No es de extrañar que la profunda feminidad que emana de su teoría o la imagen de una Gaia de alma bacteriana no tengan el eco que merecen en la parte más convencional de la ciencia, igual que no casan con la visión sociopolítica dominante, que prefiere la supervivencia del más fuerte (o del más inteligente, que es la manera que tenemos las flojuchas y los académicos de imponer nuestro criterio). Y yo, que soy mala, mala, me complazco en atizarle al pobre viejo Charles una patada simbólica en sus partes victorianas y saludar la incorporación a la parte más inmovilista de la teoría de la evolución, de horizontes más maternales, creativos y colaboradores (que quizá no hayan venido a romper nada, pero que están aquí para quedarse). Y me quedo con las cosas que comparto con el icónico barbudo: la pasión naturalista y la maravilla ante el despliegue inmenso de la naturaleza.

Lo que trato de decir es que la evolución (y la ciencia en general) puede ser apasionada, desafiante y divertida y, sobre todo, puede estar muy ligada a lo cotidiano y al interés vital de las personas.  Se puede hablar de ciencia en un debate familiar, en una conversación de barra de bar o en mi escasa comunidad de facebook. La complejidad, la dificultad o la necesidad de formación no deben ser un obstáculo para que la gente también pueda participar en la ciencia. Mas difícil es dirigir un país y cualquiera puede hacerlo (a las pruebas me remito). Es importante abrir las puertas del edificio brillante pero solitario que custodia el interés científico y dejar que se ventilen sus ideas, lo que además de evitar que enmohezcan tiene un doble efecto beneficioso: por un lado dejar entrar a la gente con su sentido común, sus preocupaciones y sus intereses y por el otro, dejar salir a muchos académicos de los despachos y las aulas a empaparse de la realidad que afecta al resto del mundo. La ciencia y la calle son un todo, deben crecer y madurar juntas, haciendo frente común contra los problemas que nos acucian e intercambiando pasiones y soluciones.

No me hace falta saber gran cosa de método ni de experimentación, ni dejar de hablar porque no tenga pruebas de algo, ni necesito discursos sobre objetividad. Doctores tenga la santa madre ciencia que establezcan esas cosas. Pero la ciencia es una construcción humana, y como tal está impregnada de deseo, de subjetividad, de pasión y de intereses y por tanto puede ser participada por toda la sociedad. Y como casi siempre, la participación enriquece y potencia lo mejor de nuestras instituciones.

 

 

 

 

Brígida

http://www.agenciasinc.es/Entrevistas/Muchas-de-las-cosas-que-nadie-sabe-de-Darwin-han-pasado-en-Chile