He estado tan ocupada desde el verano (es curioso cómo la crisis sólo ha reducido mis ingresos, pero no mis líos), tan ocupada, decía, que no he podido escribir ni una palabra sobre un tema que me lleva escociendo desde hace muchos meses. Me escuece porque siendo como soy profundamente ecologista (en el mejor sentido de la palabra, por supuesto) también apoyo con todo mi corazón a los pastores y ganaderos extensivos (que en un momento tan difícil contribuyen con gran esfuerzo a mantener el patrimonio natural que es de todos). Comprenderéis que los últimos meses me llenan de desdicha e indignación ver cómo se tiran los trastos a la cabeza los pastores y los defensores del lobo, cómo se insultan con virulencia y, sobre todo, como se utilizan argumentos maniqueos, insensibles e incluso francamente estúpidos en la defensa de unas posiciones que en nada ayudan a unos ni a otros.
Me indigna profundamente la insensibilidad de muchos grupos defensores del lobo. Vamos a ver: si un pastor tiene animales en el monte y el lobo los ataca estamos delante de un problema. Un problema serio. No entiendo como algunas personas muestran una insensibilidad tan grande ante el dolor que le causa a un ganadero la muerte de sus animales (y todas somos conscientes que los animales serán sacrificados antes o después, lo que no impide ni palía un ápice este dolor). Los ganaderos extensivos y pastores son nuestros últimos aliados en la defensa del medio natural. La solidaridad con ellos debe ser la norma de nuestras propuestas. Tenemos, forzosamente que hablar con ellos, escucharlos y entender su problema, sólo así seremos capaces de encontrar soluciones no excluyentes, que permitan la supervivencia del gran símbolo de la conservación del patrimonio natural en España, que no es el lobo por sí mismo, sino la convivencia entre lobos y pastores, con una enorme cultura del ganado y el territorio detrás, hundiendo sus raíces en los tiempos lejanos de las tribus celtibéricas y la ocupación islámica.
Me desazona también, me ofende y me hace sentir desgraciada la cruzada emprendida por algunos grupos de pastores contra los ecologistas al grito de palabras ofensivas y bárbaras que no pienso repetir en estas líneas. Ya decía arriba que entiendo vuestro dolor, pero creo, sinceramente, que os habéis equivocado de enemigo. De medio a medio. Vuestros enemigos no son la gente que siente por vuestra tierra el mismo amor que sentís vosotros, aunque vengan de la ciudad y sean frágiles y creáis que no entienden las necesidades y el sufrimiento de la vida en la intemperie. No son ellos los que os han impuesto unas normas sanitarias imposibles de cumplir, los que han reducido la rentabilidad de vuestras explotaciones hasta un punto en el que invertir en mejorarlas y hacerlas más seguras es imposible, los que han hecho tan complicado el relevo que os enfrentáis a las últimas generaciones de pastores o los que han forzado el abandono del campo, mermando la capacidad del territorio de sostener vuestros proyectos vitales. No son ellos los culpables y tampoco lo es el lobo.
Dicho esto, los pastores y ganaderos se sienten amenazados por el lobo, y en algunas zonas el número de ataques y las pérdidas son cuantiosas. Es una situación que debemos resolver entre todos. Disparar a lobo no sirve de nada; poner lazos y venenos indiscriminadamente sólo contribuye a empeorar la situación, porque el problema es más amplio y global que la mera presencia de lobos. Además, las medidas fruto de la indignación y el dolor no suelen producir resultados positivos, sino más dolor y más frustración. Yo no conozco la solución; nadie la tiene, al menos de momento. La administración no está interesada, los técnicos no tienen recetas milagrosas y, sobre todo, nosotros no nos ponemos de acuerdo. Ahora bien, la dirección a seguir creo que va más por el lado del impulso a la actividad ganadera y su sostenibilidad, la seguridad de las explotaciones, la mejora de las infraestructuras del ganado, las tenadas y los refugios, el seguimiento de los animales (domésticos y salvajes), la intervención rápida, el incremento en el número de pastores, la organización conjunta de todas las actividades del territorio para evitar interferencias. Lo que no vale es la extinción del lobo (ni la del pastor), porque lobo y pastor son parte de la misma cultura, del mismo ecosistema, de la misma lucha; y la extinción del uno podría interpretarse como un preludio ominoso de la extinción del otro.
Brígida
Hola Brígida,
Lo primero decir que me ha gustado mucho tu artículo, no pasa desapercibido, esos textos que tras un rato de haberlos leído siguen en tu cabeza, que te hacen reflexionar, que en momentos levantan algún tipo de incomodidad, que otras estas totalmente de acuerda, creo que no es fácil transmitir tanto, lo lee un pastor, un ecologista, un estudiante y les hace reflexionar, me gusta.
Me encanta el detalle de difuminar la imagen del cuerpo de la oveja muerta, a veces se olvida respetar a este admirable animal, y se le maltrata.
Los pastores tienen que ser lo gestores del medio, ellos son el territorio, no tengo dudas, y entendámosles cuando sienten impotencia cuando intentan arrebatarles desde tan lejos su gestión, hay que acercarse a ellos para entenderles, y creo que te has acercado.
Un saludo, enhorabuena por la plataforma y nos vemos mañana en el Botánico.
Marco.
Hola Brígida.
Gracias por tu artículo hablando de un tema tan complicado y serio a la par que abres una brecha de esperanza. Como bien dices, la única salida es el entendimiento entre ambas partes y la lucha en la misma dirección.
Escuchar es una gran arma que está claro que desde arriba no usan ni saben hacerlo, por lo menos cuando no les interesa, y creo que todavía, los de abajo la podemos usar, y muy bien, para resolver problemas.
Yo tampoco tengo la solución pero si que creo que la búsqueda de alternativas es una necesidad y que nosotras y nosotros somos los que debemos luchar por encontrarlas, escuchando y entendiendo a cada parte.
Un saludo.